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Francisco –Pachico– González, antes de salir camino a la vejación y la tortura, con el verdugo en la puerta de la vivienda, calzó sus botas, con orgullo. Quiso cubrir sus pies con un símbolo de la insurrección frustrada. Adquiridas para resistir la dureza de la cordillera, cuando ocurriera la sublevación contra la tiranía, las usó como desafío. Tenía 20 años. Nunca pensó que ese día, 20 de enero 1960, iniciaba su calvario. Pertenecía al recién fundado Movimiento 14 de junio. Además de su compromiso, el parentesco con la familia Mirabal agravaba su situación.

57 años después, recuerda su desnudez golpeada, las burlas de Horacio Frías. Escucha las voces de los sicarios, las provocaciones. Repasa las escenas del abuso, ve la espalda de Manolo Tavares Justo, llena de moscas tras la purulencia de las heridas. Y también extraña sus botas.

En el vórtice del tormento, con el hedor circundando cuerpos, la angustia del hermano exánime, a causa de la sesión habitual de torturas, Tomás Báez Díaz, relata, en “Las Garras del Terror” la presencia de Marilyn, la cucaracha que mitigaba la desesperación y un compañero de infortunio pretendía domesticar. La evocación e importancia de lo trivial, es soporte para las situaciones límite. El encierro y la tortura enfrentan a las personas consigo. Resistir o perecer. No hay opción. La ignominia de la traición envilece demasiado. Lilian Celiberti, luchadora uruguaya contra la dictadura, secuestrada en Brasil a los 21 años, junto a sus hijos y su esposo, por un comando de las fuerzas represivas brasileñas y de su país. Confinada en el penal “Punta de Rieles”, narra su consternación cuando le robaron unos zapatos de gamuza. “Resultaba intolerable que además de robarte la vida, el sol, los hijos, me robaran mis únicos botines.” Le cuenta a Lucy Garrido en un estremecedor relato –Mi Habitación Mi Celd– sus vivencias en la prisión. Su reacción, luego del robo de sus zapatos, le recordó a Ana Karenina: “en el momento que atravesaba la ciudad para suicidarse pasó enfrente de una peluquería y pensó yo me peinaba en Nikitin.” Es magnificar el detalle, lo simple. Esas menudencias que engarzadas conforman la cotidianidad y adquieren dimensión inusitada cuando el pesar acongoja e inquieta. Esas banalidades trascendentes, permiten comprender el coraje de las víctimas. Asirse a lo fútil para no enloquecer ni claudicar.

El relato del dolor, ha sido difícil, aquí. Además de la jornada “Hijos: Yo te cuento”, se impone la revelación de las personas torturadas. El recuento para conjurar la indiferencia o retarla. Ningún torturador ha sido procesado, ningún sicario desconsiderado. Las infrecuentes recopilaciones de las tropelías cometidas durante la tiranía, mencionan nombres y apellidos de los perpetradores. Sin embargo, esas identidades son referentes cuasi folclóricos del horror. Como si el sufrimiento fuera choteo, travesura del tedio. Repetir que la violencia no conmueve ni espanta, ni concita y menos une, es necedad necesaria. La opción ha sido contemporizar con sádicos simpáticos, sombríos personajes expertos en tumefacción, maestros del foete y el ultraje. Es la impunidad del escarnio y el despotismo. La nostalgia de la indignidad y del temor. En el libro citado, Báez Díaz afirma que los torturadores tenían miedo. Los clasifica e identifica. Marginales e ilustres, el miedo a la tiranía que conocían y los había deformado, motivaba sus acciones. A Ramfis, Radhamés y a sus secuaces, los motivaba el odio, el miedo y esa percepción de omnipotencia que permitió estupros, asesinatos, golpes, heridas.

Juan Gelman, montonero, poeta, vivió el drama de la desaparición de su hijo y la sorpresa de la recuperación de su nieta, 24 años después. En el discurso que pronunció cuando recibió el Premio Cervantes, 2007, declaró: “Dicen que no hay que remover el pasado (…) no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero.”

Fuente: Periodico Hoy - 05.06.2017 Autora: Carmen Imbert Brugal
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