El triunfo de las fuerzas aliadas en su lucha contra el fascismo durante las 2da. Guerra Mundial, abrió las posibilidades en América Latina para la lucha a favor de la democracia, originando también cambios en la política de Estados Unidos frente a los regímenes dictatoriales de varias naciones de nuestro continente y sobre todo respeto a la dictadura de Trujillo.
Las expresiones más claras de ese cambio de Estados Unidos frente al gobierno de Trujillo se manifestó en la negativa en 1945 del Departamento de Estado a la solicitud del permiso para la compra de armas, y la designación de Briggs, consagrado diplomático liberal, como nuevo embajador norteamericano, absolutamente hostil al tirano dominicano.
Los cambios que venían ocurriendo en todo el mundo favorables a la democracia y la nueva orientación de la política de Estados Unidos, fueron interpretados por Trujillo y los grupos intelectuales que le asesoraban y apoyaban, como una amenaza para la estabilidad de ese gobierno, y por esa razón, decidieron la escenificación de todo un espectáculo político para consumo exterior, dirigido a mostrar que la dictadura se encaminaba a la apertura democrática, a permitir el libre juego de las ideas y el respeto a los derechos de la oposición y aceptar la libre actuación de sus partidos políticos.
Dentro de tales propósitos meramente teatrales, Trujillo dispuso que el Ministro dominicano en Cuba, Virgilio Díaz Ordoñez, entrara en contacto a finales de 1945 con la dirección del Partido Socialista Cubano, y el envió a ese país, poco después, de Marrero Aristy, Subsecretario de Estado de Trabajo, con el propósito de establecer un acuerdo que envolvía, primero, el cese de los ataques contra su gobierno en la prensa cubana, a cambio del ofrecimiento de garantías para la libre organización sindical y para permitir la organización y actuación de los comunistas dominicanos. El pacto también envolvía la organización del 1er. Congreso de los Trabajadores Dominicanos.
Como mediadores en tales negociaciones actuaron Blas Roca, Secretario General del PSPC y el reputado historiador José Luciano Franco, quien visitó nuestro país en dos oportunidades en 1940 y Lázaro Peña, miembro de la Comisión Política del PSPC y Presidente de la Federación de Trabajadores de Cuba.
La primera noticia sobre tales hechos apareció publicada en el periódico “Hoy”, órgano oficial de los comunistas cubanos, el 3 de julio de 1946, informando de un comunicado del Partido Democrático Revolucionario Dominicano, señalando que “los comunistas dominicanos residentes en La Habana hemos acordado enviar, independientemente, sin nexos de ninguna naturaleza, con la delegación de los trabajadores cubanos, una delegación compuesta por Mauricio Báez, Rafael Quenedit y Ramón Grullón, trabajadores, quienes participaran en la organización de dicho congreso y además gestionaron la legalización de nuestro partido, señalando más adelante además, “para hacer efectivas las garantías hasta ahora formales que ha prometido el trujillismo”.
Tales acontecimientos tenían lugar en el marco de una grave agitación de protestas y huelga que sacudieron a la región Este del país, encabezada por los sindicatos de los ingenios azucareros en demanda de aumentos salariales, por el establecimiento de la jornada de 8 horas de trabajo, y por mejoría en las condiciones de vida en los bateyes; huelgas y protestas que fueron reprimidos por el gobierno de Trujillo con un saldo de más de una docena de muertos.
Fruto de ese acuerdo establecido entre los comunistas cubanos y dominicanos con el régimen de Trujillo, a finales de julio de 1946 regresaron al país, primero, Ramón Grullón, Francisco Henríquez Vásquez, Mauricio Báez, Félix Serbio y Juan Ducoudray, Dato Pagan Perdomo y otros, casi todos miembros y dirigentes exiliados del Partido Democrático Revolucionario Dominicano. El gobierno dominicano por su parte ordenó la libertad de varios dirigentes políticos presos, entre otros, Roberto McCabe, Freddy Valdez y Luis Escoto.
A mediados de agosto de 1946, en una asamblea del PDRD se decidió la reorganización del partido, el cambio de nombre por el de Partido Socialista Popular, y la elaboración de un manifiesto hecho público recogido por la prensa informando al país sobre tal acontecimiento y la salida a la actividad legal del partido de los comunistas dominicanos con la anuencia del gobierno.
Firman el documento constitutivo del PSP: Freddy Valdez, Roberto McCabe, Ramón Grullón, Mauricio Báez, Héctor Ramírez Pereyra, Rafael Quenedit, Luis Escoto y Antonio Soto.
Poco después, consciente la dirección del PSP de que existía un amplio sector de la juventud que se oponía a la dictadura pero que no profesaba la doctrina marxista-leninista del partido, estimuló la creación de una organización juvenil, que se denominó Juventud Democrática, la cual salió a la luz pública en agosto con un documento público firmado por: Salvador Reyes Valdez, Manuel Mena Blonda, Virgilio Díaz Grullón, Josefina Padilla, Juan Ducoudray y José A. Martínez Bonilla.
La primera manifestación pública del PSP tuvo lugar en Santo Domingo el 14 de septiembre de 1946 y fue muy concurrido pues el gobierno estimó la asistencia en más 2,000 personas. Hablaron en el acto Freddy Valdez, Mauricio Báez, Dato Pagan y Ramón Grullón, entre otros. Al final la manifestación se convirtió en un desfile que recorrió la Ave. Mella y otras calles aledañas vociferando con entusiasmo consignas contra la dictadura.
Otras manifestaciones parecidas se registraron en Santiago, La Vega y San Pedro de Macorís.
La respuesta del pueblo a tales actividades del PSP contando con el apoyo de la Juventud Democrática, comenzó a levantar preocupación en los círculos trujillistas y varios articulistas de la prensa gobiernista llamaron la atención sobre ese particular. La alta jerarquía de la Iglesia Católica, por su parte, emitió una pastoral reiterando su adhesión al régimen y atacando al comunismo.
Para el 26 de octubre convocó el PSP su segunda concentración importante en la ciudad capital. Para ese momento el auge que venía registrando la prédica del PSP y de la Juventud Democrática llamando al pueblo en superar la situación de opresión en que se vivía, clamando por aumentos salariales, mejorías en las condiciones de vida, exigiendo respeto al derecho a la huelga de los trabajadores y plena libertad de conciencia, etc., puso en pánico a los grupos trujillistas y espantó al propio dictador quien fue aconsejado para que pusiera fin a una situación que ya venía desbordando sus expectativas y entendieron que se tornaba peligrosa para el régimen.
La presencia de varios miles de manifestantes en apoyo a la convocatoria del PSP y la J.D. en el mitin del 26 de octubre, fue respondida por la dictadura rodeando esa concentración de policías y miembros del ejército armados que, desde antes de los inicios de la concentración desconectaron los altoparlantes y tan pronto el primer orador subió a la tribuna, le emprendieron a palos y macanazos contra los manifestantes, agresión que fue rechazada por los asistentes, dando origen a una refriega con un saldo de decenas de golpeados y heridos.
Los dirigentes políticos agredidos llamaron entonces a los participantes a iniciar un desfile por las calles principales de la ciudad denunciando a viva voz vociferante la agresión gubernamental, llegando, primero, a la Embajada de México, y luego, a la de Estados Unidos, donde solicitaron una audiencia con el embajador Butler para informarle de la agresión.
Las llamadas fuerzas del “orden público” se mantuvieron a distancia de ambas embajadas, pero al otro día fueron allanadas con orden de prisión las residencias de decenas de miembros y dirigentes del PSP y de la J.D., hecho que condujo a la dirección de ambas entidades, a ordenar el retorno al trabajo clandestino.
La misma persecución contra miembros del PSP y la J.D. fue registrada en Santiago, La Vega, San Pedro de Macorís, La Romana, Barahona y otros pueblos del país. Esto indicaba que la farsa de la “apertura democrática” había terminado. En menos de semana más de un centenar de miembros y dirigentes del PSP y de la J.D. fueron apresados, golpeados y torturados. Casi todos permanecieron en prisión varios años y no pocos fueron asesinados, como Freddy Valdez, quien fue ahorcado en su propia celda.