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Trujillo comenzó a crear el ambiente terrorista que caracterizo su larga dictadura, en la propia campaña electoral que se llevó a efecto entre marzo y el 16 de mayo de 1930, impidiendo mediante el uso de la represión y el crimen, que la principal fuerza política opuesta a sus aspiraciones, la Alianza Nacional Progresista, integrada fundamentalmente por partidarios del presidente derrocado, Horacio Vásquez, y por seguidores de Federico Velasquez, realizará libremente sus actividades proselitistas.

Papel importante jugó en ese camino dirigido a atemorizar mediante el uso de la violencia a la ciudadanía, un grupo terrorista conocido como “La 42”, integrado por miembros del ejército que vestían como civiles y por delincuentes comunes excarcelados, bajo la dirección de un capitán del ejército, nombrado Miguel Paulino.

Ese grupo usaba impunemente en sus fechorías armas cortas y ametralladoras y disponía para llevar a efecto sus sorpresivas agresiones armadas contra locales y reuniones de los opositores electorales, de lujosos vehículos Packar, color negro, como los usados por los gánsteres norteamericanos en Chicago y New York.

Centenares de ciudadanos asistentes a las manifestaciones de la oposición fueron heridos, golpeados y en la capital en abril 5 en los momentos en que los partidos de la Alianza Nacional Progresista, realizaban en el parque Colón una manifestación, aviones del ejército en vuelo rasante sobrevolaron amenazantes, mientras los maleantes del grupo conocido como “La 42” procedían a agredir a los participantes.

En esa campaña fueron asesinados en plena actividad proselitistas, los dirigentes opositores aliancistas Demóstenes Jaquez, en Barahona y el periodista Emilio Reyes, en Azua, mientras en la ciudad capital un mitin del sindicato de choferes fue ametrallado con un saldo de varios muertos y heridos.

Por esos mismos días, cerca de Santiago, una caravana de varios automóviles que transportaban a los principales dirigentes, Angel Morales, candidato a la Vicepresidencia, Dr. José D. Alfonseca, Martin de Moya y otros integrantes de la Alianza Nacional Progresista, fue atacada a tiros en plena carretera.

Para coronar el proceso violento y fraudulento que le condujo al poder, Trujillo presionó al entonces Presidente Provisional de la República, Jacinto B. Peynado (el Pte. Estrella Ureña, por aspirar en esos comicios a la Vicepresidencia, tomó licencia) para designar a su amigo Aristides Fiallo Cabral, a la cabeza de la Comisión Electoral Nacional.

Por todo lo anterior, el 14 de mayo de 1930, dos días antes del acto de votación, la Alianza Nacional Progresista, convencida de que bajo las condiciones creadas en aquellos comicios controlados por la violencia trujillista nada tenía que esperar, se retiró de las elecciones y llamó al pueblo a abstenerse de participar.

En consecuencia, el 16 de mayo de 1930, Trujillo como único candidato, resultó elegido Presidente de la República alcanzando una votación de 223,881 electores. Un informe de la Legación de Estados Unidos sobre esas elecciones expresa: “Como el número dado excede en gran cantidad el número de votantes del país, comentarios adicionales sobre la honradez de las elecciones son escasamente necesarios”.

Al día siguiente de las elecciones, es decir, antes de recibir oficialmente la certificación de su “triunfo” de parte de la Comisión Nacional Electoral, por ordenes de Trujillo se dio inicio a una bárbara persecución contra todas aquellas personas que el nuevo dictador entendía que podían reunir fuerzas para oponérsele.

Los primeros en ser alcanzados, perseguidos y detenidos fueron los principales dirigentes de la Alianza Nacional Progresista, comenzando por su candidato a la presidencia, Federico Velasquez.

Esa nueva oleada represiva obligó a abandonar el país a decenas de opositores, la mayor parte embarcó rumbo a Puerto Rico. Por esos días fue asesinado en Dajabón el dirigente horacista, Evangelista Peralta y el 1ro. de junio, a los 15 días de los comicios, fueron asesinados en su propio hogar en San Juan de las Matas, el poeta y líder horacista, Virgilio Martínez Reyna y su señora, Altagracia Almanzar.

Pocos días después también abandonaron el país, Federico Velasquez y su hijo Guaroa, el doctor Alfonseca, Angel Morales, los mellizos Hernández, Martín de Moya y el ex presidente, Horacio Vásquez. El 17 de junio lo hizo el abogado, escritor y dirigente de la oposición, Luis Felipe Mejía. Pocos días después también marcharon al exilio Leovigildo Cuello, Virgilio Vilomar, el coronel Alfonseca y Rafael Mainardi.

En medio de ese clima de abuso, crímenes, represión y persecuciones, Trujillo se juramentó como Presidente de la República, el 16 de agosto de 1930, y poco después, a principio de septiembre, fue asesinado a puñaladas el también dirigente opositor, general Alberto Larancuent, en pleno Parque Colón.

Poco después le tocó el turno al general Cipriano Bencosme, quien consciente de lo que le esperaba se levantó en armas con un pequeño grupo de seguidores en las lomas cercanas a Moca. Allí fue rodeado mientras descansaba en una choza por centenares de soldados del ejército, luego apresado y fusilado. Su cadáver fue trasladado a Moca por órdenes de Trujillo y exhibido tirado en medio de una de las calles principales de aquella población para aterrorizar a sus habitantes. Días después el sátrapa visitó aquella ciudad para darle el pésame a la viuda.

Un testigo de aquellos días terribles, Luis Felipe Mejía, narró para la posteridad el ambiente de terror que vivió la ciudadanía en los principios de la dictadura señalando que: “El procedimiento favorito del Generalísimo es matar de sorpresa. En ese caso ejecutan sus órdenes un desconocido individualmente o un grupo de desconocidos que tripulan un automóvil, llamado por el pueblo La Lechuza o el Carrito de la muerte. Así asesinaron, en aquella céntrica de Santiago, al estudiante de veinte años, Gerardo Ellis Guerra, cuando paseaba con su novia. Así dieron muerte al general José Brache, anciano de setenta años, a la salida de un cine; e Eligio Esteves, agricultor mocano; a Armando de los Santos, cuando regresó de Caracas; al general Tancredo Saviñón, en la Noche Buena de 1938, a Tuti Gullón, a Arturo Vallejo, a Mateo Aguilera, a Victoriano Almanzar, a Tito Amarante, a Quintino Bencosme, a Julio Alberto García, a Andres Infante, a Benito Labrador, a Eugenio Lithgow, a Luis Ricardo, a Ramón Silverio Sandoval, a Ramón Silverio Gómez, a Juan Steffani, a Camin Suro y centenares de ciudadanos, cuyo único delito consistió en estar señalados como enemigos del régimen, por haberlo exteriorizado imprudentemente”.

Pese al clima general de tensión creado en toda la nación con el derrocamiento de Vásquez, se mantuvo el compromiso de efectuar elecciones en mayo de 1930, oportunidad que aprovechó Trujillo, jefe del golpe y del ejercito, para lanzar apresuradamente su candidatura. Utilizó para ello una plataforma política creada rápidamente por los opositores de Vásquez, que fue llamada Confederación de Partidos, luego de frenar dentro del grupo golpista, las aspiraciones de Estrella Ureña, a quien obligó a aceptar la candidatura de Vicepresidente. Los líderes del derrocado partido de Vásquez, por su parte, luego de largos debates lograron ponerse de acuerdo para presentar a Federico Velásquez, líder del Partido Progresista, y a Ángel Morales, del Partido Nacional, como su propuesta, la cual denominaron: Alianza Nacional Progresista.

Consciente el general Trujillo de la fuerza de las candidaturas de la Confederación de Partidos, desde antes del inicio de la campaña ordenó a las fuerzas militares de todo el país el desarme de los síndicos, regidores y alcaldes pedáneos, y de toda persona vinculada a sus contrincantes, al tiempo que organizó una numerosa banda de matones casi todos miembros del ejército y delincuentes comunes, que fue bautizada con el nombre de “la 42”, para agredir violentamente las concentraciones de los simpatizantes de los candidatos Velásquez y Morales.

Un testigo de aquellos días, narró el ambiente creado por Trujillo en las elecciones de 1930. “El grito de combate, de unánime repulsa a Trujillo, lanzado por el pueblo era: “no puede ser”. Un domingo en la tarde celebramos un mitin en el Parque Colón. Mientras peroraban los oradores, evolucionaban, por encima de nuestras cabezas, aviones del Ejército con el fin de intimidarnos. El gremio de choferes, opuesto unánimemente a Trujillo, como todos los verdaderos obreros del país, efectuó otro, una noche de abril de 1930, para manifestar su adhesión a la candidatura de la Alianza. Al terminar el acto, cuando los dirigentes se retiraban en un carro, oficiales del Ejército los atacaron con fusiles ametralladoras. Murieron unos y otros fueron heridos. Aquel crimen quedó impune. En Barahona disolvieron a tiros una manifestación de la Alianza y resultaron muertos algunos de los manifestantes. El líder horacista Demóstenes Matos fue también asesinado en esos días en dicha ciudad. El periodista azuano Emilio Reyes corrió la misma suerte.

Ante la impopularidad de su candidatura, auguradora de un seguro fracaso en los comicios. Trujillo no vaciló en lanzarse por el camino de la violencia. Los actos de coacción se multiplicaron en ciudades y campos. En la capital “La 42” encargóse de sembrar el terror. Perpetraba toda clase de de atropellos y vejaciones al amparo de la más absoluta impunidad. Los líderes de la Alianza terminaron por convencerse, desgraciadamente demasiado tarde, de cuán inútil era buscar la salvación de la causa democrática en una pacífica lucha electoral. Amedrentando el campesinado, desarmados por el Ejército los dirigentes aliancistas de cada ciudad, pueblo o aldea, a merced, por lo tanto, de los sicarios que los perseguían sin descanso, era imposible concurrir a las urnas”. (Mejía, Luis F. “De Lilis a Trujillo”. 1976. Págs. 244-245).

En efecto, el clima de violencia creado en todo el país por el futuro dictador con su grupo de sicarios, condujo a los candidatos Velásquez y Morales, que días antes habían sido víctimas de un atentado en el Cibao, a la protesta cívica frente al gobierno, a solicitar la intervención de la Junta Central Electoral para detener los crímenes y abusos de los bandos trujillistas, también a las quejas y lamentos ante la Legación de Estados Unidos, que luego del golpe que derrocó a Vásquez, había manifestado garantías de elecciones libres. Pero como todo resultó inútil, mientras crecía el temor y la violencia haciendo imposible cualquier manifestación pacífica, Federico Velásquez y Angel Morales, candidatos de la Alianza Nacional Progresista, decidieron entonces llamar a sus partidarios a abstenerse de participar en los comicios de mayo de 1930. Trujillo fue elegido sin votos en su contra con la complicidad de una Junta Central Electoral integrada por correligionarios de su proyecto presidencial.

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