Trujillo y la Iglesia

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Desde que Trujillo asumió el poder mediante el fraudulento y violento proceso electoral de 1930, tal y como explica el profesor norteamericano Howard Wiarda en su libro: “La República Dominicana: Nación en transición”, entre la Iglesia Católica como institución y el tirano “se establecieron relaciones mutuamente beneficiosas” conducta que violentó su sagrada misión apostólica.

Durante los primeros años de la dictadura, sin embargo, algunos pocos sacerdotes provincianos asumieron posiciones críticas contrariando las posiciones complacientes de la mayoría de los miembros de la cúpula religiosa encabezada por el Arzobispo Nouel. Tal por ejemplo la conducta del cura Joaquín Rodríguez Grullón, párroco de Moca, quien en carta a Mons. Nouel le expuso en 1930 la “tremenda vorágine política” que le tocó vivir en su pueblo con motivo de las elecciones que llevaron a Trujillo al poder. El cura Rodríguez tuvo que abandonar Moca y vivir escondido en el campo por mucho tiempo.

Otro religioso que por esos años adoptó una actitud responsable y digna de su iglesia frente al dictador, lo fue el sacerdote Rafael Castellano, vicario foráneo de Puerto Plata designado en 1932 Administrador Apostólico Interino de Santo Domingo, quien en varios sermones, aunque con metáforas, realizó exposiciones que todos los feligreses y el propio Trujillo entendían como de críticas al régimen. Castellanos apenas duró quince meses en su cargo pues murió el 21 de enero de 1934. Le sucedió, interinamente, Mons. Eliseo Pérez Sánchez, quien continuó la conducta complaciente frente al régimen de Trujillo que inauguró el Arz. Nouel en 1930.

Con la llegada del sacerdote italiano Ricardo Pittini, de la orden salesiana, designado el 11 de octubre de 1935 por la Santa Sede como arzobispo definitivo de la Administración Apostólica, la Iglesia Católica pasó de la complacencia frente a la tiranía, a la completa sumisión. A partir de aquí la institución se convirtió en un instrumento al servicio de los designios políticos de la dictadura; ciega y sorda frente las constantes violaciones a los derechos humanos.

El Arzobispo Pittini, muy dado a los ditirambos a favor del tirano en misas y en reuniones políticas partidistas, estableció relaciones muy estrechas con Trujillo y sus principales funcionarios, llegando hasta la firma de manifiestos a favor de la reelección de Trujillo. Por esa razón siempre fue visto por los curas, monjas y beatos, como la vía directa de comunicación para la obtención de favores, concesiones y “ayudas generosas de Trujillo a su rebaño”.

Trujillo le tenía como uno de los suyos, y en la opinión del sacerdote jesuita José Luis Sáez, fue siempre “activo en el control y persecución de cualquier tipo de los favoritos enemigos del régimen, ya fuese la propaganda protestante de cualquier signo o incluso la que se le antojaba un cierto tinte marxista”.

Con la firma en junio de 1954 del Concordato entre el Estado Dominicano y el Vaticano, la Iglesia Católica que ya había obtenido mediante una ley de 1931 personalidad jurídica, alcanzó ventajas jamás logradas, como fueron: El reconocimiento del matrimonio canónico y la renuncia al divorcio, el derecho a la enseñanza religiosa en las instituciones públicas y privadas, el reconocimiento de los títulos otorgados por la iglesia en sus centros educativos, la libertad de asociación de entidades caritativas, aportaciones cuantiosas gubernamentales para construcciones de iglesias, seminarios, etc., y exoneraciones impositivas múltiples. Trujillo por su parte conquistó el derecho al placet en la selección de obispo, arzobispos y en la creación de nuevas diócesis y parroquias.

Durante esos años de mancomunión entre la Iglesia Católica y la dictadura de Trujillo, que estrechó más aún el concordato, las relaciones entre el gobierno y las llamadas iglesias protestantes o “evangélicas”, fueron frías, de escaso apoyo oficial, llegando a la tirantez en 1957 cuando mediante ley del Congreso se prohibió el ejercicio religioso a los Testigos de Jehová.

Aspecto cumbre en la actitud de colaboración de la Iglesia con Trujillo, lo fue la creación de los “centros de retiros espirituales”: “Casa Manresa”, para hombres, Manresa Altagracia, para mujeres, dirigidos por el padre Posada, de la orden jesuita, lugar donde fueron llevados para ser encerrados por varios días para su adoctrinamiento, miles de miembros de la oficialidad de las Fuerzas Armadas, del aparato burocrático del Estado, jóvenes profesionales y estudiantes universitarios, a fin de ser sometidos a un proceso de avasallamiento ideológico de acento anticomunista, especie de “lavado mental celestial” para fortalecer el temor a Dios y el respeto y sumisión a la dictadura.

Pero todo este armonioso y feliz ambiente de mutua colaboración entre la Iglesia Católica y Trujillo comenzó a resquebrajarse a principios de 1960, poco después de la expedición patriótica del 14 de Junio. En enero de ese último año, bajo la inspiración de la noble inmolación de los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo, fue fundado el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, cuyos principales organizadores fueron el Dr. Manuel Aurelio Tavárez Justo y su esposa Minerva Mirabal, Pipe Faxas, Luis Gómez y otros, entidad que registró un rápido crecimiento, logrando convertirse en un agrupamiento político nacional de profundo arraigo en la clase media de la sociedad dominicana, llegando a formar parte del movimiento, incluso, hijos y familiares cercanos de funcionarios de la dictadura de Trujillo. Agregamos además, que varios seminaristas y algunos sacerdotes colaboraron con el 14 de Junio.

El descubrimiento por el servicio secreto de este amplísimo movimiento conspirativo contra la dictadura de Trujillo y el inmediato apresamiento de centenares de sus jóvenes en todo el país, originó un impacto que conmocionó a la sociedad dominicana, al que no escapó la alta dirección de la Iglesia Católica. Pero más conmovedor aún lo fue el conocimiento de que varios de los apresados habían sido asesinados y que el resto de los prisioneros, incomunicados en verdaderas ergástulas sin poder ser visitados por sus familiares, eran sometidos a los más barbaros procedimientos de tortura.

Ese fue el tétrico panorama que condujo a la Iglesia Católica a modificar su conducta de colaboración con Trujillo; viraje que se inició con la Carta Pastoral del Episcopado Dominicano, dirigida al clero y sus fieles seguidores, el 25 de enero de 1960, donde se denuncia el clima de represión y se demanda el respeto a los derechos humanos, recordándole al tirano que: “Cada ser humano, aún antes de su nacimiento, ostenta un cumulo de derechos anteriores y superiores a los de cualquier Estado, y reclamando la vigencia de la libertad de conciencia, de prensa y de libre asociación” para los dominicanos.

Esa Carta Pastoral marcó el inicio de una situación de tirantez que se fue agudizando y que en algunos momentos puso en peligro la vida de varios sacerdotes que adoptaron actitudes de franca oposición a Trujillo, convirtiendo el pulpito en una plataforma de denuncia y sus iglesias en centros de consuelo para los padres y familiares de los perseguidos y prisioneros, como fueron los casos de los monseñores, Francisco Panal y Thomas O`Reilly, obispos de La Vega y San Juan de la Maguana respectivamente; el primero español y el segundo norteamericano.

Monseñor O, Reilly, amenazado de muerte tuvo que salir huyendo de su diócesis para la salvar la vida buscando refugio clandestinamente en un colegio dirigido por monjas en la ciudad capital, mientras el obispo Panal, el 3 de febrero de 1960, pasó por la amargura de ver su iglesia invadida por prostitutas y sicarios borrachos que vociferantes clamaban por su muerte.

Por aquellos tristes días, todos los medios de comunicación, prensa, radio y televisión, bajo el control de la dictadura desarrollaron una campaña feroz contra la iglesia, con un lenguaje lleno de improperios irrepetibles, bajo la acusación de estar infiltrada por “comunistas que la han desviado del verdadero sendero de Cristo, en cuyo seno se anidan fabricantes de bombas y revolucionarios enemigos de la paz, la seguridad y el progreso de que disfruta el pueblo dominicano bajo la magnánima y sabia orientación de Trujillo”. Poco después el gobierno suspendió la tradicional asistencia económica a la iglesia.

El dictador realizó notables esfuerzos para contener el rechazo que la Iglesia manifestaba hacia la dictadura, situación que se producía en un momento en que el régimen también entraba en dificultades con Estados Unidos. En el marco de tal situación, el sacerdote trujillista, Zenón Castillo de Aza, lanzó la insólita propuesta de que Trujillo fuese proclamado “Benefactor de la Iglesia”, sugerencia que asumió el Dr. Balaguer, Presidente nominal de la República, quien dirigió una carta a los obispos en reclamo de apoyo a “esa justiciera iniciativa”, como un reconocimiento “a la obra del más conspicuo protector que ha tenido la Iglesia Católica en la República Dominicana”.

Propuesta que fue rechazada por los obispos sosteniendo que únicamente la Santa Sede tenía potestad para la concesión de ese título. Solo algunos sacerdotes incondicionales al tirano, como el Dr. Oscar Robles Toledano, apoyaron la propuesta.

En síntesis, la Carta Pastoral de enero de 1960 derribó las estrechas relaciones de la Iglesia Católica y Trujillo y jamás volvieron a ser como antes. El tirano murió ajusticiado el 30 de mayo de 1961, anhelando el retorno de su rebaño al redil de su dictadura, que también se desplomó con su desaparición.

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